Situación Nutricional del Paraguay- Estadísticas.

Después de un tiempo me pongo las pilas y empiezo a escribir sobre este tema, que me frustra y me hace ver que nuestro país va en decadencia.
Capáz muchos de ustedes leen los diarios y están enterados, pero de tan acostumbrados que estamos a que todo esté mal, no nos damos cuenta de que lo primordial: "La Nutrición, está en el olvido".

Primero que nada, hablemos de la mala nutrición por exceso de alimentos calóricos y la falta de actividad física. ¿Alguna vez se fijaron en las estadísticas?
Existe un alarmante aumento de personas con sobrepeso y obesidad en la población del país. El 57% de la población mayor de 20 años tiene sobrepeso y obesidad, y afecta más frecuentemente a las mujeres.
“Esto obviamente tiene una directa relación con la mala alimentación y el sedentarismo”.
La última Encuesta de Factores de Riesgo señala que aproximadamente el 84% de la población adulta, mayor de 15 años, no cumple los mínimos requisitos de una alimentación saludable. Esto representa un exceso de consumo de comidas no recomendadas, con mucha grasa saturada, muchas calorías y pocos nutrientes.
“Si sumamos la mala alimentación a los datos de sedentarismo, que nos señala que la falta de actividad física en poblaciones adultas es del 74%, y el de los niños y adolescente es de 54%, son los dos principales factores que nos conducen a la obesidad. Esto a su vez, a la diabetes y otras enfermedades que encabezan las principales causas de muerte en nuestro país”.
Con relación a la diabetes, en el año 1998 el 6,5% de la población adulta padecía de diabetes tipo 2. En cuanto a los datos actuales, esta cifra saltó a 9,7%.

Lamentablemente la mala alimentación se inicia desde muy temprano en Paraguay.


¿Sabías que la mala nutrición afecta el nivel de enseñanza y aprendizaje en los paraguayos?
Existe un déficit alimentario en el sector educativo y público de nuestro país, lo que influye en la capacidad de rendimiento académico y profesional, y en consecuencia en la calidad de vida del alumnado, de los docentes y de cada ciudadano en casi todas las instituciones públicas dependientes del Estado, según demostraron las evaluaciones técnicas y el Censo Nacional e Investigación Culinaria Gastronómica realizado en Paraguay por la SUCAMT, entre 2000 y 2006, presentado en el marco del Día Mundial de la Alimentación 2006.


Y por último, pero no menos alarmante:
Paraguay, con la peor nutrición de Sudamérica
La Organización de las Naciones Unidas dio a conocer un mapa interactivo en que se muestra que Paraguay tiene el mayor índice de malnutrición y hambre, solo superado por Guatemala.
Nuestro país tiene un índice del 25,5% de subnutrición. Este índice se basa en una estimación de la proporción de la población que no tiene acceso a un aporte calórico suficiente para llevar una vida saludable. Es decir, las personas se alimentan mal o simplemente pasan hambre.
Para dar una idea, Paraguay está al nivel de los países africanos. Angola, Chad, Kenia y Uganda tienen casi el mismo índice de nuestro país. Corea del Norte es, por ejemplo, otro país que también está en ‘rojo’ con un 32% de subnutrición.
Este índice se registró entre el 2010 y el 2012.
Visualizar el 'mapa del hambre' de Naciones Unidas: http://cdn.wfp.org/hungermap/#KP

Impresión de pantalla del 'Mapa del hambre 2012'. / wfp.org

 Nos queda solo preguntarnos:

-¿Se están llevando a cabo correctamente todos los programas y proyectos para cambiar todas estas cifras de malnutrición por falta y por exceso?
-¿El estado está preparado para algo tan grande?
No quiero parecer drástica, pero fijándome en las estadísticas, y así como vamos, de aquí a 10 años,
¿Cómo estaremos?



Fuente:
Diario la Nación 04/09/2013
Diario ABC color 21/05/2013 09:47

Cómo transmitir el odio al cuerpo


"Las palabras que decimos sobre nosotras mismas pueden calar muy hondo en aquellas personas que nos rodean"

Querida Mamá,

Tenía siete años cuando descubrí que eras gorda, fea y horrible. Hasta ese momento había pensado que eras preciosa -en todos los sentidos-. Recuerdo ojear viejos álbumes de fotos y ver imágenes tuyas en la cubierta de un barco. Tu bañador blanco y sin tirantes parecía tan glamouroso como el de una estrella de cine. Cada vez que tenía la oportunidad sacaba ese bañador oculto en tu cajón de abajo e imaginaba un tiempo en el que yo sería lo suficientemente mayor para llevarlo; en el que sería como tú.
Pero todo eso cambió cuando, una noche, estábamos arregladas para ir a una fiesta y me dijiste: “Mírate, tan delgada, guapa y encantadora. Y mírame a mí, vieja, gorda y horrible.“
Al principio no entendí lo que querías decir.

“No estás gorda”, dije seria e inocentemente, y tú contestaste: “Sí lo estoy, cariño. Siempre he estado gorda; incluso cuando era una niña.”
En los días que siguieron, tuve unas cuantas revelaciones dolorosas que han determinado mi vida. Aprendí que:

1. Debes estar gorda, porque las madres no mienten.
2. Ser gorda es ser fea y horrible.
3. Cuando crezca seré como tú, así que seré gorda, fea y horrible también.

Años más tarde recordé esta conversación y las centenares que la siguieron, y te maldije por sentirte tan poco atractiva, insegura e infravalorada. Porque, como mi primer y más importante modelo de conducta, me enseñaste a pensar lo mismo sobre mí misma.

Con cada mirada a tu reflejo en el espejo, cada nueva dieta milagrosa que iba a cambiar tu vida y cada culpable cucharada de “Oh, en realidad no debería, pero…”, aprendí que las mujeres deben estar delgadas para ser válidas y valoradas. Las chicas deben prescindir de ciertos placeres porque su mayor contribución al mundo es su belleza física.

Como tú, he pasado toda mi vida sintiéndome gorda. ¿Cuándo se convirtió “gorda” en un sentimiento, de todos modos? Y porque creía que estaba gorda, sabía que yo no estaba bien.
Pero ahora que soy mayor y madre, sé que culparte a ti por el odio a mi cuerpo es inútil e injusto. Ahora entiendo que tú también eres producto de un largo y rico linaje de mujeres que fueron educadas para odiarse a sí mismas.

Mira el ejemplo que la abuela fue para ti. A pesar de ser lo que podrías describir como una mujer chic víctima del hambre, hizo dieta cada día de su vida hasta que murió a los 79 años. Solía ponerse maquillaje para salir al buzón, por miedo de que alguien pudiese ver su cara desnuda.

Recuerdo su “compasiva” respuesta cuando anunciaste que Papá te había dejado por otra mujer. Su primer comentario fue: “No entiendo por qué habría de dejarte. Te cuidas, llevas pintalabios. Tienes sobrepeso, pero no mucho.”

Antes de que Papá se fuera, él tampoco te alivió por el tormento de la apariencia de tu cuerpo.
“Dios, Jan”, escuché por casualidad que te decía. “No es tan difícil. La energía que entra frente a la energía que sale. Si quieres perder peso, simplemente tienes que comer menos”.

Esa noche en la cena observé cómo ponías en práctica el remedio para adelgazar “Energía dentro, Energía fuera: Dios, Jan, Simplemente Come Menos” de Papá. Serviste tallarines chinos para cenar (¿recuerdas cómo en los suburbios australianos de los años ochenta una mezcla de carne picada, repollo y salsa de soja se consideraba la cumbre de la alta cocina?). La comida de todo el mundo estaba en un plato grande excepto la tuya. Tú te serviste tus tallarines chinos en un diminuto plato de postre.

Cuando te sentaste delante de esa patética cucharada de carne picada, unas lágrimas silenciosas resbalaron por tu cara. No dije nada. Ni siquiera cuando tus hombros comenzaron a agitarse de angustia. Todos nos comimos la cena en silencio. Nadie te reconfortó. Nadie te dijo que te dejaras de ridiculeces y que cogieras un plato en condiciones. Nadie te dijo que ya eras querida y lo suficientemente buena. Tus logros y tu valía -como profesora de niños con necesidades especiales y como dedicada madre de tres hijos- palidecieron insignificantes comparados con los centímetros que no podías perder de la cintura.

Me rompió el corazón presenciar tu desesperación y siento no haber salido en tu defensa. Ya había aprendido que era tu culpa que fueras gorda. Incluso había oído a Papá describir el perder peso como un proceso “simple” – pero al que tú no te podías enfrentar.  La lección: no te merecías la comida y ciertamente no te merecías ninguna compasión.

Pero estaba equivocada, Mamá. Ahora entiendo lo que es crecer en una sociedad que le dice a las mujeres que su belleza es lo más importante y que al mismo tiempo define un estándar de belleza que  está completamente fuera de nuestro alcance. También conozco el dolor de interiorizar estos mensajes. Nos hemos convertido en nuestras propias carceleras y nos infligimos nuestros propios castigos por fracasar dando la talla. Nadie es tan cruel con nosotras como nosotras mismas.

Pero esta locura tiene que terminar, Mamá. Termina para ti, termina para mí y termina ahora. Nos merecemos algo mejor –mejor que arruinar nuestros días con malos pensamientos sobre nuestro cuerpo, deseando ser de otra manera.

Y ya no es sólo sobre ti y sobre mí. Es también sobre Violet. Tu nieta sólo tiene tres años y no quiero que el odio hacia su cuerpo eche raíces dentro de ella y estrangule su felicidad, su confianza y su potencial. No quiero que Violet crea que su belleza es su valor más importante; que definirá su mérito en el mundo. 

Cuando Violet nos mira, aprende cómo ser una mujer y necesitamos ser los mejores modelos que podamos. Necesitamos enseñarle con nuestras palabras y nuestras acciones que las mujeres son lo bastante buenas tal y como son. Y para que nos crea, nos lo tenemos que creer nosotras.

Cuanto más mayores nos hacemos, más personas queridas perdemos por accidentes o enfermedades. Su fallecimiento siempre es trágico y demasiado temprano. A veces pienso en lo que esos amigos –y la gente que les quiere- darían por tener más tiempo en un cuerpo sano. Un cuerpo que les permitiera vivir un poco más. El tamaño de los muslos de ese cuerpo o las arrugas en su cara no importarían. Estaría vivo y, por lo tanto, sería perfecto.

Tu cuerpo es perfecto también. Te permite desarmar a una habitación entera con tu sonrisa y contagiar a cualquiera con tus carcajadas. Te da brazos para arropar a Violet y estrujarla hasta que se ríe. Cada momento que pasamos preocupándonos por nuestros “defectos” físicos es un momento desperdiciado, un preciado pedazo de vida que nunca volverá.

Permitámonos honrar y respetar nuestros cuerpos por lo que hacen en lugar de despreciarlos por su apariencia. Centrémonos en llevar una vida activa y saludable, dejemos a nuestro peso caer hasta donde deba, y enterremos nuestro odio al cuerpo en el pasado, adonde pertenece. Cuando miraba aquella foto tuya con el bañador blanco un montón de años atrás, mis inocentes ojos jóvenes veían la verdad. Veían amor incondicional, belleza y sabiduría. Veía a mi Mamá.

Con amor,

Kasey.

Autora: Kasey Edwards (@KaseyEdwards). Escritora y columnista.


Artículo originalmente publicado en: Essential mums